domingo, 7 de junio de 2009

Hojas caidas

Alejandro Rossi nació en Florencia, Italia el 22 de septiembre de 1932. Curso estudios en Roma, Florencia, Buenos Aires y Los Ángeles (Estados Unidos). Llegó a México en 1951 para estudiar filosofía; fue académico en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM; escribió títulos como el "Manual de Distraído" y "Edén"; se le considera literariamente cercano Jorge Luis Borges; formó parte del grupo Vuelta siendo uno de los mejores amigos de Octavio Paz. Alejandro Rossi murió la madrugada del sábado 6 de junio en la Ciudad de México. Este domingo se celebró un homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes.

En la universidad pude conocer a Alejandro Rossi por los relatos de su hijo Esteban. Nunca lo conocí personalmente, pero las historias contadas por mi amigo sobre su padre me bastaron para respetarlo. Me acerque a la obra de Octavio Paz y comprendí las complejidades de la sucesión en la rectoría de la UNAM gracias a esos relatos. En ámbitos menos usuales, Alejandro Rossi fue un pedagogo involuntario. Mi amigo de la universidad me contaba que cuando de niño era sorprendido en alguna travesura, su padre lo castigaba haciéndole recorrer el jardín que se encontraba en casa de sus abuelos y le pedía recoger ("una por una") las hojas caídas de los árboles. A mi, que había sido objeto de la añeja filosofía de "la letra con sangre entra", me parecía un castigo casi idílico. Una reprimenda que permitía la reflexión y el pensamiento más que el remordimiento, la culpa o en dado el caso el miedo y el dolor físico. Desde entonces, ese relato se convirtió casi en un modelo pedagógico para mi. Ahora cada vez que necesito corregir a mi hija y que me invita (a veces con bastante fuerza) a darle una nalgada, me viene a la mente la imagen del jardín llenó de hojas caídas y la posibilidad de un castigo más ingenioso, benévolo y efectivo.

El día de hoy me enteré que en el Palacio de Bellas Artes habría un homenaje de cuerpo presente a Alejandro Rossi. En principió pensé en no ir, tenía un domingo llenó de compromisos: un baby shower para mi esposa que tiene 8 meses de embarazo y un ensayo con mi banda de música. Medité largo rato. Mi amigo de la universidad seguramente habría venido desde Princeton, donde es un respetado profesor de economía. Sin embargo, más que la amistad, lo que me movió a dejar plantados una vez más a mis compañeros de ensamble, fue un espíritu de tipo republicano. Asistí al homenaje movido por la certeza de que Alejandro Rossi era no solo el papá de mi amigo, o un importante personaje de las letras, sino una persona de gran importancia para la fracturada democracia mexicana. Sin duda asistir era un acto cívico necesario en estos tiempos inciertos. El rector de la UNAM, José Narro y el Secretario de Educación, Alonso Lujambio dijeron algunas palabras solemnes con menos o más torpeza. También estuvo presente el Presidente Felipe Calderón, intelectuales y académicos. Desde la explanada del Palacio de Bellas Artes se oía una muchedumbre que gritaba consignas políticas a los asistentes, no al difunto. Los funcionarios hicieron una graciosa huida. Hubo guardias de honor, sobre el féretro yacían unas guirnaldas de oliva que traían a mi mente estrofas del himno nacional. Si Don Alejandro hubiera podido hablar seguramente habría hecho un comentario mordaz y preciso que sanjaría tan confusa situación. Descanse en paz, Alejandro Rossi.

 

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